La expresión, quizás, no es
muy formal, pero denota el sentimiento de incertidumbre que ronda entre los
chilenos ante lo que depara el año, porque en 2011 nadie previó el estallido
social que desde mayo hasta diciembre se tomó las calles. Hoy, muchos se
preguntan por las sorpresas que podría traer este 2012. Con esta misma duda
acudimos a cuatro profesionales relacionados con el mundo académico quienes
-desde sus respectivas disciplinas- dieron respuesta a nuestras inquietudes y
nos entregaron pautas para entender las complejidades de esta nueva sociedad.
Chile está cambiando. Y lo está haciendo a
la velocidad del rayo. Nadie se atreve a anticipar cómo viene la mano este
2012, pues lo único claro es que el país se ha vuelto una máquina generadora de
sorpresas, como sucedió con las manifestaciones ciudadanas en Aysén -por
demandas históricas de la zona- que ni siquiera fueron previstas por las
autoridades regionales.
Algo similar a lo que ocurrió en 2011 en
esta misma fecha -y a un año del 27/F-, cuando la mayor preocupación en La
Moneda era poner de pie al país en el menor tiempo posible. Sabían que estaban
“al debe” en los plazos comprometidos, y las encuestas -que ya mostraban alzas
en el rechazo a la gestión del Presidente- les advertían del descontento
ciudadano que, en ese momento, se leía como una reacción a las promesas
incumplidas en el tema de la reconstrucción.
Ni en la coalición gobernante ni en la
oposición previeron lo que sucedería con los estudiantes. Y menos avizoraron el
despertar de un movimiento de la sociedad civil que a partir de las demandas de
los secundarios y de los universitarios se tomó las calles para pedir el fin al
lucro, pero también para protestar en contra del sistema político, del modelo
económico y de la desigualdad que tan notoria se hace, justamente, en el tema
del acceso a una educación de calidad para todos.
Mientras la “Primavera Árabe” acababa con
décadas de regímenes autoritarios en el Oriente; los indignados en España
exigían un cambio social, económico y político, y los Ocuppy Wall Street
desplegaban sus campamentos en el epicentro financiero de Nueva York, en Chile,
el reclamo y la conciencia social se hacía oír a través de un movimiento que el
docente del Departamento de Historia de la Universidad de Concepción, Víctor
Hugo García Valenzuela, califica como sin precedentes en el país. “La mayoría
de los movimientos sociales en Chile se enrielaron a través de los partidos
políticos, pero el que emergió el año pasado iba por fuera y veía a aquellos
como los responsables de lo que estaba ocurriendo. Era un movimiento
verdaderamente ciudadano que dio cuenta de un malestar que hay que leer muy
bien”, enfatiza.
Esa fue la dificultad que tuvo el Gobierno
y los partidos políticos en general que, vanamente, intentaban empatizar con
esta nueva generación opinante, participativa y empoderada que, desde un punto
de vista socioeconómico forman parte, también, del perfil de los emergentes
grupos de consumo quienes hacen extensivas sus exigencias –tal como aprendieron
del sistema de mercado- a las instituciones estatales. De “un
ciudadano-consumidor más exigente y maduro en muchos ámbitos” habla la
publicista y directora de Planificación de McCann Erickson, Maribel Vidal
Giménez, al analizar los alcances del estudio sobre Privacidad que McCann WG
realizó en varios países del mundo, incluido Chile, y que, en parte, refleja a
esta nueva generación, la misma que, desde una óptica política, como describe
el sociólogo y docente de la UdeC, Guillermo Henríquez Aste, “se crió en
democracia y no tiene el temor a opinar como sí lo tuvieron sus padres; una
juventud que tiene voz y que está dispuesta a manifestarse -apoyándose en las
redes sociales- mucho más allá del voto para recuperar los derechos ciudadanos
perdidos”.
Los jóvenes de hoy no son los del 60 ni del
70, precisa en su análisis el historiador Víctor Hugo García. “Son jóvenes que
el país ha educado. Que están empoderados porque el país los empoderó. Sus
padres les dijeron: te vamos a educar para que seas más que nosotros, y ellos
se sienten el futuro y, por lo tanto, exigen ser escuchados”. En esta misma
lógica -agrega- hallamos a padres endeudados por entrar a ese sistema exitoso,
para tener un cierto estatus, pero cuando ese joven necesita acceder a la
educación se da cuenta que es muy cara, y que egresará de la Universidad
endeudado. “Y es ahí donde el asunto estalla y hace eclosión, porque esta
realidad al joven no le cuadra con la expectativa que tenía proyectada”, dice.
Y aunque el verano -salvo por incidentes
aislados en Santiago y el movimiento de Aysén- había dado un respiro al clamor
en las calles, que llegó a tener 180 mil manifestantes sólo en Santiago, muchos
se preguntan qué depara marzo. Los universitarios ya anunciaron que armarán una
plataforma junto a otros movimientos sociales, siempre al margen de los
partidos políticos, a los cuales no aceptan como interlocutores.
Se habla de más paros y tomas de colegios y
de universidades; de competencias por los liderazgos que podrían “desinflar” el
movimiento; del temor por la violencia en las calles y de las sorpresas que
darian los 4,7 millones de electores que ingresaron al padrón electoral tras la
aprobación de la inscripción automática y el voto voluntario.
¿Hacia dónde nos llevará este despertar
ciudadano y en qué tipo de sociedad nos convertiremos? Un sociólogo, un
historiador, una profesora de Filosofía y una publicista -todos vinculados al
mundo de la academia- nos ayudaron a desentrañar con sus respuestas las
complejidades de seis interrogantes, y a entender de mejor forma también al
nuevo Chile.
¿Mantendrá la misma fuerza de
2011?
El movimiento estudiantil “no va a tener la
misma fuerza que el año pasado”, dispara Víctor Hugo García. Y la razón: “el
liderazgo no será el mismo. Coincido con algunos analistas que señalan que el
peor error que se cometió (para el futuro del movimiento) fue no haber reelecto
a Camila Vallejos. Los actuales líderes no aglutinan como sí lo hacían la ex
presidenta de la Fech; Giorgo Jackson o Camilo Ballesteros. Muchos momentos
históricos no tuvieron la misma envergadura que otros por la ausencia de
líderes carismáticos. El movimiento estudiantil en 2011 sí los tuvo, y fueron
líderes muy hábiles que supieron reflejar el sentir ciudadano. Cuando ellos
hablaban de las deudas, de lo cara que es la educación, estaban reflejando algo
que el adulto vivió o lo está experimentando con sus hijos. Pero al abrir el
movimiento a otros carriles, como ya se ha dicho, generará competencia sobre
quién llevará la batuta. No será fácil poner de acuerdo plataformas
educacionales con las del sector público, porque históricamente los liderazgos
de los gremios son tradicionales, excluyentes y autorreferentes”, explica.
Y aunque el “bichito” de la participación
se incubó en la sociedad chilena, todavía, dicen nuestros entrevistados, falta
“algo” para que este movimiento se mantenga en el tiempo. Algo como una utopía,
una idea fuerza convocante y que aglutine voluntades, afirma la profesora de
Filosofía Felícitas Valenzuela Bousquet o un “relato” como lo denomina el
sociólogo Guillermo Henríquez.
“La sociedad ya sabe por qué está en las
calles y qué es lo que no le gusta. Lo que está difuso es con qué soñamos y de
qué forma se puede concretar esos anhelos. Por ahora, esta nueva conciencia
ciudadana no podría dar forma a un movimiento total, lo que no significa que
vaya al fracaso, sino que seguirá evolucionando hasta que participativamente
surja una utopía político-social, al estilo I have a dream. Esa fue una utopía
que- a partir del discurso de Martín Luther King- los negros levantan como algo
posible. Eso se echa de menos en este gran movimiento chileno que engloba a
mucha gente que quizás está pensando en anhelos distintos”, explica la
profesora Valenzuela.
Las elecciones municipales de octubre
próximo también influirían en el curso del movimiento, según Guillermo
Henríquez. “Surgirán con fuerza las demandas locales que podrían llevar a
nuevos grupos a las calles, pero no necesariamente para hacer causa común con
la gran movilización nacional”.
¿Seremos mejores ciudadanos?
El despertar del movimiento de los
estudiantes y de los “indignados” locales muestra que la sociedad civil
comienza a organizarse para actuar. Pero la pregunta que cabe hacer es si un
movimiento social como éste nos trasformará automáticamente en mejores
ciudadanos.
En los países desarrollados, explica la
Directora de Planificación Estratégica de McCann Erickson, Maribel Vidal
Giménez, los ciudadanos se manifiestan en muchos ámbitos, y de este modo la
sociedad es más equilibrada, ya que es sano que exista la voz de las personas
independientemente de los intereses y deberes del Estado y de las empresas.
“Cuando eso ocurre las sociedades se desarrollan de forma más justa”, opina.
Guillermo Henríquez coincide con esta
apreciación, pero advierte que “esto no quiere decir que 2012 vaya a ser el año
de la gran ciudadanía, esos son procesos relativamente más largos”, aclara.
Un indicio de cómo irá esta tendencia lo
dará el comportamiento en las próximas “municipales”, tras la inscripción
automática y el voto voluntario. “Veremos cómo será la respuesta en las urnas,
que es lo que tradicionalmente conocemos como participación ciudadana. ¿Sube?,
¿se mantiene? o ¿aumentarán los votos nulos como forma de protesta? La
respuesta, cualquiera sea, entregará nociones de si estamos evolucionando
realmente hacia una sociedad consciente de sus derechos pero también de sus
obligaciones”, manifiesta.
Víctor Hugo García asevera que un ciudadano
“con todas su letras” se forma en una cultura participativa con responsabilidad
que debe partir en el hogar y seguir en la escuela y en la Universidad. “Una de
mis preocupaciones al estudiar el Chile contemporáneo es que no estaba la formación
ciudadana. Y no me refiero a la educación cívica tradicional, sino a que se
practique la democracia en los colegios, a que se respete a los niños, que se
enseñe a escuchar, a que no haya burlas por la opinión distinta del otro y a no
tolerar que una minoría avasalle a una mayoría. No basta con tener
alfabetización o acceso a internet. Hay familias que son muy autoritarias,
entonces ¿cómo les vas a pedir a esas personas que sean tolerantes?”,
sentencia.
¿Permitirá avanzar hacia una democracia
plena?
La democracia chilena no asegura
participación, reclaman en las calles. Y por eso piden el cambio del binominal,
el sistema que, según sus detractores, tiene secuestrada la voluntad ciudadana,
porque en la práctica legitima que una elite política administre el país. ¿Qué
validez tiene aquello para una sana convivencia?
“Este tipo de democracia que tenemos ya no
satisface a los chilenos”, dice Felícitas Valenzuela. Y como consecuencia de
este sistema -añade- mucha gente se ha desengañado de la cosa política. “Dicen:
¿qué saco de ir a votar si ya tengo más o menos claro quién va a salir electo?
Por eso es necesario abrir los canales de participación, porque un país no
puede salir adelante si no tiene grupos políticos organizados. Si no son los
que actualmente existen, podrán ser otros pero con cierta estructura y no sólo
movimientos que un día pueden estar apoyando a blancos y al otro día a negros”,
enfatiza.
Todos nuestros entrevistados coinciden en
que existe una crisis de representatividad de la clase política, que la gente
no cree en ella y le reprocha no hacer las reformas que permitirían oxigenar el
sistema. La capacidad de llevar a cabo este cambio- coinciden- será la prueba
de fuego del gobierno de Sebastián Piñera. O como más precisamente expone Guillermo
Henríquez: “Es necesario cambiar el binominal y asegurar a la gente que su
voluntad se va a expresar. Si no lo hace, significa que no escuchó lo que le
dijeron en todas las manifestaciones de 2011”. Más severo en sus apreciaciones
es Víctor Hugo García. “Al Presidente Piñera ya lo golpearon, está vapuleado,
pero su responsabilidad histórica es hacer los cambios que más pueda en el
ámbito político y pasar a la historia como el mandatario que abrió los canales
de oxigenación política. Si no lo entiende, lástima por el país”.
¿Podría un movimiento como éste
derrocar al gobierno?
La fuerza que alcanzó el movimiento social
en 2011 tenía a varios preocupados. Temían que hiciera bambolear la estabilidad
del país y los más alarmistas hablaban de que si seguía creciendo, podría
llegar a derrocar al gobierno. ¿Tanto así?, es nuestra interrogante. “Es muy
improbable, porque el sistema está abierto, es democrático y eso nadie lo puede
discutir”, dice Víctor Hugo García. Que no sea plenamente representativo es
otro problema, añade. Según el académico del Departamento de Historia de la
Universidad de Concepción, en Chile la posibilidad de que un gobierno sea
derrocado está muy lejana. A fin de cuentas -explica- el malestar se va a
canalizar “y la misma gente pedirá que negocien a través del Parlamento o de
otra forma. Los chilenos no dudarían en elegir esta opción en lugar de apoyar
un levantamiento en contra de la autoridad”, afirma.
¿Por qué todo empezó en 2011?
¿Qué circunstancias hicieron que fuera en
2011 y no otro el año del despertar ciudadano en Chile? Nuestros entrevistados
separan las causas en coyunturales y estructurales. “Existía un movimiento
estudiantil que no había logrado respuestas a sus peticiones en 2009, pero que
durante 2010 se mantuvo quieto por el terremoto. Entonces fue una acumulación
de fuerzas que se sabía iba a estallar, aunque debo ser franco en que no
imaginé la magnitud de lo que venía”, afirma Víctor Hugo García.
Otra razón coyuntural sería la llegada de
un gobierno que muchos dicen creó falsas expectativas, prometió más de lo que
podía cumplir y, como destaca el profesor Guillermo Henríquez, no demostró ni
la apertura ni la cercanía con la que Michelle Bachelet logró acortar la
distancia entre los poderes y la ciudadanía.
Pero detrás de todo esto hay causas
profundas, estructurales, que permiten entender el fenómeno. Lo primero fue la
interrupción de la participación histórica que el país tuvo hasta 1973 y que no
fue reactivada por los gobiernos de la Concertación. “Por el contrario, ellos establecieron
una especie de ‘partitocracia’, un cuasi gobierno de los partidos que
restringió aún más la participación y, lo que es peor, la voluntad ciudadana”,
asegura Víctor Hugo García.
Y a pesar de que la juventud que vivió la
dictadura no fue la que estuvo en las calles en 2011, sino probablemente sus
hijos o hermanos menores, nuestras fuentes aseguran que esa generación acallada
por el Golpe se preocupó de educar para la ciudadanía a sus hijos. Quizás
muchos de los indignados locales oyeron a sus padres decir ahora tenemos
democracia, las cosas van a ser mejores, podremos participar, pero se
encontraron con que nada de eso ocurrió.
A lo anterior se agrega un modelo económico
y social que ensalza el éxito, el tener cosas y un estilo de vida en el que buena
parte de la sociedad chilena trató de meterse a la fuerza, a costa de un
tremendo nivel de endeudamiento. Un mal, dice Felícitas Valenzuela, que están
padeciendo muchos hogares chilenos, “y que es en gran medida el culpable de la
insatisfacción que tiene la sociedad. Se destaca que el país está muy bien
desde el punto de vista macroeconómico, pero con quien uno hable está
disconforme y asegura que la plata no le alcanza para nada. Algunos
aprisionados sólo por vivir . Otros por el consumo o por la educación de sus
hijos”, añade.
¿Por qué los
jóvenes ciudadanos-consumidores son hoy más exigentes?
Durante toda su trayectoria en
McCann-Erikson, Maribel Vidal se ha dedicado a conocer y a retratar los
perfiles de los nuevos grupos de consumo que emergen en el país, conocimiento
que es muy útil para entender los cambios que se gestan en la sociedad chilena.
En su análisis acerca de los cambios que han operado en los jóvenes empoderados
de hoy, protagonista de esta verdadera eclosión social como vimos el año
pasado, afirma que los ciudadanos comunes y corrientes, en general,
comprendieron que no tenían opciones y decidieron expresarse en la búsqueda de
soluciones a sus problemas, el cambio de políticas públicas y del sistema
imperante en general.
Una serie de investigaciones al respecto,
desde por lo menos una década, “nos venían mostrando a un ciudadano- consumidor
que, paulatinamente, se estaba haciendo más exigente y maduro en muchos
ámbitos. Personas que en general tienen grandes expectativas de las empresas,
sus marcas y productos (para el bienestar personal y familiar), y del mismo
modo exigen que estas corporaciones se comporten como buenos ciudadanos
corporativos”.
Un ejemplo de este empoderamiento,
sostiene, se veía con claridad en temas como las expectativas de
Responsabilidad Social Empresarial (RSE) que los chilenos tienen de las
empresas, y cómo la gente declara estar dispuesto a castigar a una marca si no
se comporta correctamente.
Las mismas exigencias de estos
ciudadanos-consumidores, se hacen extensivas a las instituciones del Estado,
como quedó en evidencia en un estudio sobre Privacidad que McCann WG realizó en
varios países del mundo, incluido Chile, y cuyos resultados se conocieron a
fines del año pasado. Una de las conclusiones más interesantes es que
gobiernos, empresas y políticos sobresalen como las “instituciones” a las que
los chilenos les otorgan menos derecho a la privacidad y, por el contrario, les
exigen la máxima transparencia. “Eso nos habla de personas educadas e
informadas en general, especialmente los más jóvenes, con conciencia de su
derecho a opinar y de esperar cambios que sean positivos para ellos”, concluye.
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