Racismo en Chile, nuevas formas de discriminación.
Hace
algunas semanas Antofagasta sorprendió con el llamado a una manifestación
contra los migrantes. Si bien finalmente las autoridades locales se desmarcaron
de la convocatoria y la concurrencia fue bajísima, cualquiera que haya visitado
en el último tiempo esta ciudad puede notar una cierta preocupación por el
crecimiento de la población migrante (nacional e internacional), atraídos todos
por la bonanza económica que supone el auge y desarrollo de la minería.
De
todos los migrantes que llegan a la ciudad, son las personas de origen
colombiano las que reciben mayor atención por parte de los medios, y las que
lamentablemente se han transformado en el lugar común para la discriminación y
estigmatización.
¿Por qué? ¿Es
producto de la mayor visibilidad que tienen en los espacios públicos?¿Mayor
visibilidad por su color de piel? ¿Es simple xenofobia?
Antofagasta
es una ciudad que ha crecido en los últimos años debido a la arremetida de
grandes proyectos mineros. El desarrollo de estos proyectos supone un
incremento exponencial de los salarios de quienes trabajan en este rubro y un
aumento considerable de población que llega seducida por las posibilidades de
trabajo y mejores ingresos.
Trabajo
disponible, mejores sueldos y más personas, generan un aumento en la demanda
por viviendas, la que no alcanza a ser satisfecha pese al elevado número de
proyectos inmobiliarios en pleno desarrollo.Tiendas, mall, aumento del parque
automotor son externalidades de un crecimiento acelerado que parece haber
carecido de una adecuada planificación social y urbana.
Ahora
bien, la mayoría de las veces, sino todas, las ciudades no están preparadas
para enfrentar el crecimiento poblacional que se produce a partir de un
desarrollo acelerado.Antofagasta no es la excepción.
Desde
las tradicionales migraciones campo-ciudad en Europa, América Latina e incluso
Asia, los problemas de hacinamiento e insalubridad han sido la cara más amarga
de los procesos de asentamiento de quienes llegaban a buscar mejores
oportunidades a las ciudades.Y también ha sido muy frecuente que sean los
afectados quienes terminan por resolver por sus propios medios estos problemas.
Las
soluciones clásicas han sido las tomas de terreno, los campamentos y también la
reutilización de partes de la ciudad que estaban abandonadas producto de éxodos
de la población local.En Antofagasta, sin embargo, no son sólo las clases más
empobrecidas las que llegan a la ciudad, sino también sectores profesionales,
empresarios e inversionistas.
Ellos
también contribuyen a la demanda por vivienda e infraestructura, pero la
diferencia es que aquí el mercado opera de manera inmediata, ofreciendo una
serie de servicios, viviendas e infraestructura para quienes pueden pagar.Para
los sectores populares, e incluyo aquí a los migrantes, las soluciones tendrán
que seguir esperando.
En
este escenario, no es de extrañar que los migrantes hayan encontrado en el
subarriendo y en los campamentos, las únicas posibilidades para resolver el
problema habitacional, lo que sin duda los deja en una situación de extrema
vulnerabilidad, pues se trata de soluciones altamente precarias, que los ponen en
una situación de riesgo constante.Sin embargo, el nivel de intolerancia hacia
el extranjero tiene explicaciones más complejas.
Al
revisar algunos de los comentarios vertidos por autoridades y candidatos en
medios de prensa, van emergiendo ciertos estigmas basados en prejuicios que
crecen a una velocidad peligrosa cuando hay ignorancia y desconocimiento de por
medio.
Se
ha dicho que los inmigrantes incrementan los niveles de violencia e
inseguridad; de las mujeres se dijo que rompen matrimonios, traen enfermedades
sexuales y un aumento de la prostitución. Un candidato a consejero regional
señalaba algo que resume lo anterior: “no soy racista, tengo amigos
extranjeros, pero queremos que haya más control en el ingreso. A las buenas
personas que se queden, y los malos que no se molesten en venir”.
La
idea que hay detrás es que hay buenos y malos migrantes. Buenos son los
empresarios e inversionistas extranjeros; también son los migrantes históricos,
las colonias; en algunos casos los migrantes bolivianos y peruanos,
especialmente aquellos que han “sabido asimilarse” a la cultura local, es
decir, aquellos que se notan lo menos posible.
Los
malos, en cambio, son asociados a la inseguridad, prostitución, quiebre de
familias, portadores de enfermedades casi desaparecidas.A quien se le asignen
estos males, a quien se le cargue con esos estigmas, se vuelve un indeseable, y
por lo mismo se le quiere lejos, pues constituye una amenaza para un supuesto
orden social.En el caso de Antofagasta estas ideas van siendo adosadas a una
nacionalidad en particular, y con ello se va construyendo un estereotipo del
migrante colombiano.
Es
interesante constatar como en otros contextos (nacionales e internacionales),
estas mismas ideas son adosadas a otras nacionalidades. Así en Santiago son los
peruanos; en Argentina, los bolivianos; en República Dominicana, los haitianos;
en Italia, los norafricanos, en Alemania, los turcos.
En
todos estos lugares, se repiten las mismas ideas: nos invaden, traen
enfermedades, tienen costumbres raras, no quieren integrarse.
En
todos los lugares, las sociedades encuentran un grupo de extranjeros, de alguna
nacionalidad o etnia en particular, para asignarle la condición de paria y
concentrar ahí todas las formas de discriminación, segregación y exclusión
posibles. Lo ocurrido hace pocas semanas en Lampedusa refleja la frontera que
se ha instalado en Europa para evitar a toda costa el ingreso de sus propios
indeseables.
Para
considerar que ciertos extranjeros son una amenaza a la tranquilidad, y la
“normalidad”, es necesario asignarles un lugar extremo, fuera de los límites de
lo permitido (prostitutas, narcotraficantes, violentos, de una sexualidad
descontrolada, incapaces de respetar las normas del lugar donde llegan –
incapaces, en el fondo, de ser parte del nosotros).
El
elemento que permite cerrar este discurso, y que a nosotros nos permite hablar
de racismo, es cuando esas construcciones discursivas, esas formas de ser del
otro, se naturalizan, “es que ellos son así”, es decir, al igual que el color
de piel, no pueden desprenderse de aquello que los sitúa como indeseables, pues
encarnan esa condición.Cuando ello ocurre, estamos frente a la construcción
racializada del migrante, y pienso que en Antofagasta es lo que ha venido
sucediendo en el último tiempo.
El
problema se vuelve más complejo, pues funciona como profecía auto cumplida. La
exclusión social de la que es objeto el migrante, finalmente termina por
construir exclusión.Las mayores dificultades para obtener mejores trabajos, las
mayores dificultades para conseguir arriendos, la serie de problemas
administrativos que encuentran para poder regularizar los papeles, y la
situación de irregularidad que afecta a un número importante de personas, los
catapultan a una marginalidad aún más severa que la pobreza.
Es
responsabilidad de todos y todas mantener una posición crítica, de denuncia, de
reflexión en torno a estos procesos, pues lo más grave del racismo es que niega
el principio de igualdad, fundamento de las sociedades
modernas.